jueves, 6 de noviembre de 2008

El juego y la cocaína activan las mismas zonas



La adicción al juego parece activar las mismas zonas del
cerebro que se ponen en funcionamiento con el consumo de la cocaína, según un estudio
que profundiza en el mecanismo cerebral de «la recompensa». Este trabajo, dirigido por
investigadores del Hospital General de Massachusetts (EEUU) y publicado en la última
edición de 'Neuron', indica que la expectativa de una gratificación económica pone en
funcionamiento el sistema del cerebro que también procesa la «recompensa» que ofrecen
las drogas o la comida.
Los investigadores creen que descubrir las zonas del cerebro implicadas en el juego puede
ayudar a tratar este problema y, en general, todos los desórdenes de tipo compulsivo. Solo
en EEUU, el juego mueve cerca de 500.000 millones de dólares cada año y destruye la vida
de decenas de miles de personas.
El estudio efectuado por la Clínica Mayo de Rochester, en Minnesota, compara el desarrollo
de la adición compulsiva al juego - denominada en psiquiatría como ludopatía - con el de la
dependencia del alcohol y los psicotrópicos.
Una larga historia
Desde mediados de los 70 se había localizado en el cerebro una región en el sistema límbico,
la misma que parece procesar las emociones, en la que están localizados los «receptores de
sustancias opiáceas endógenas» donde las drogas descargan su recompensa de euforia.
Edmund Rolls, del departamento de Psicología Experimental de la Universidad de Oxford, en
Inglaterra, ha identificado en su libro 'Brain and Emotion' (Cerebro y Emociones) el córtex
orbitofrontal y la amígdala del cerebro como las zonas que procesan en los primates las
sensaciones de recompensa y castigo y las emociones.
En el juego compulsivo, según el trabajo publicado en 'Neuron', a medida que disminuye el
control sobre el juego, disminuye el control sobre la propia vida del que sufre el problema.
Las consecuencias pueden ser impredecibles pero incluyen la ruptura de los vínculos de
confianza con la familia, compañeros de trabajo y amigos y el desarrollo de ansiedad y
desordenes depresivos.
¿Qué ocurre en el cerebro?
En ocasiones, añaden, aumenta la tendencia al suicidio. Hans Breiter, quien pertenece al
departamento de Radiología del hospital general de Massachusetts, ha podido estudiar lo
que ocurre en el cerebro durante el juego gracias a las imágenes de resonancia magnética
tomadas a un grupo de voluntarios.
«Hay múltiples áreas en el cerebro implicadas en analizar lo que significa ganar o perder y
muchas de esas regiones responden cuando el individuo gana o pierde dinero», ha afirmado
Breiter.
Las imágenes de resonancia magnética funcional de alta resolución (FMRI, de sus siglas en
inglés) han captado la actividad de esas regiones en experimentos de juego realizados con
una especie de ruleta.
«Un incentivo único para los humanos - como es el de ganar dinero- produce
comportamientos cerebrales parecidos a los que se dan en respuesta a otros tipos de
recompensa», ha indicado Breiter.
El científico ha señalado que «esa similitud sugiere que un circuito del cerebro puede ser
usado para varios tipos de recompensa».
Sistema de recompensa y castigo
El cerebro, según opina por su parte el experto en psicología experimental Edmund Rolls,
está designado en torno a un sistema de recompensa y castigo, porque ese es el modo en
que los genes pueden construir un sistema complejo saludable.
Emociones y motivación implican recompensa y castigo como una solución del cerebro para
interconectar diferentes sistemas. El hambre, la sed y el comportamiento sexual son tres de
los principios vitales más básicos que funcionan como comportamientos motivados.
Cerca de dos tercios de los jugadores compulsivos son hombres. Aquellos solteros, sean
hombres o mujeres, y quienes tienen un historial de depresión, abuso de alcohol, tabaco o
drogas ilegales tienen más riesgo de ser jugadores compulsivos.
Como en la mayor parte de los comportamientos adictivos, los ludópatas no son conscientes
de la pérdida de control que sufren y, a menudo, niegan la existencia del problema, indican
los estudios realizados por la Clínica Mayo de Minnesota.

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